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domenica 4 giugno 2017

EL CORAZON DEL MUNDO <<< >>> IL CUORE DEL MONDO

COMBONIANUM – Formazione Permanente

Si tienes fuego en casa…

Hans Urs Von Balthasar

Si tienes fuego en casa, cuídalo bien en un hogar incombustible, cúbrelo, pues si una sola chispa de él sale fuera y tú no lo adviertes, serás tú con todas tus cosas pasto de las llamas. Si tienes al Señor del mundo en ti, en tu incombustible corazón, cuídalo bien, vete cuidadosamente con él, que no empiece a exigirte y ya no sepas a donde te lleva. Ten las riendas fuertemente de la mano. No abandones el timón. Dios es peligroso. Dios es un fuego devastador. Dios ha puesto sus miras en ti. Escucha su advertencia: “Quien pone la mano en el arado, y vuelve la vista atrás, no es digno de mí. El que no me ama a mí más que a su padre y a su madre, más que a sus parientes y a su patria, sí, más que a sí mismo, no es digno de mí.” Presta atención, él disimula, empieza por un pequeño amor, por una pequeña llama, y antes de que te des perfecta cuenta, te coge por entero y ya estás preso. Si te dejas coger, estás perdido, pues no hay fronteras hacia arriba. El es Dios, y está acostumbrado a la infinitud. Te succiona como un ciclón, te mete en el remolino zarandeándote como una tromba de agua. Sé previsor: el hombre ha sido creado para la medida y el límite, y sólo en lo limitado encuentra descanso y felicidad; pero éste no conoce la medida. Es un seductor de corazones.
¿Le ves cómo está sobre las gradas del Templo en medio de la burbujeante multitud? ¿Cómo extiende los brazos y eleva la voz? La cual sólo basta para mover un corazón humano desde sus cimientos: “Si tenéis sed, venid a mí y quien crea en mí que beba de mí.” Pues dice la Escritura: “Ríos de vida eterna fluyen de él”. Cuídate de esta bebida. Pues ya lo dijo a aquella mujer: “Todo aquél que bebe agua de la tierra, volverá a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás.” Cuídate; pues también está escrito: “Quien bebe de la sabiduría, volverá a sentir sed una vez más.” Me temo que quien bebe de esa agua se enterará por vez primera de qué es sed, y cuanto más insaciablemente empiece a beber, su dolor resultará tanto más insoportable. Incorporado a la ley de lo infinito, sucumbirá al vértigo. Presta atención al hecho de que invita a perder el alma para ganarla. Se refiere al amor. Anima a los hombres a realizar lo imposible. No comprende que han sido creados para la felicidad limitada: un par de años en común con un ser querido, un paseo por el campo, o sencillamente un plato de fresas. Un cuadro, un libro, un banco a la sombra. Una estufa agradable. Un paseo a través de la noche. El rumor de una batalla. La majestad de una muerte. Siempre un sentido eterno, reprimido en la exacta figura de un momento. Esto es bastante e indescriptible. Aquí es donde madura y se redondea al mundo como un fruto en sí mismo y con su divino sentido cae a los pies del Eterno. Pregunta a los poetas.
Pero para nosotros es un peligro. No estuvo bien de su parte el manifestarse de ese modo, pues sus palabras suenan como una revuelta abierta: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¡qué más quiero sino que arda!” Si hubiera reservado para sí la sobremedida de su alma, o si por mi causa hubiera hecho inflamarse todo el fuego de artificio de su amor de redención como espectáculo único ante los maravillados ojos de los espectadores, no habría nada que objetar. Podríamos aplaudir con reconocida aceptación, podríamos ofrecerle una “aprobación estruendosa y de larga duración” por ese inesperado y gratuito enriquecimiento de la creación con motivo tan festivo. Podríamos sentirnos orgullosos de que el reparto artístico del corazón humano, tan rico ya en extraordinarios acróbatas, haya dado fin y coronado su ejecutoria con el salto mortal de Dios. Pero no se conforma con esto. El presenta su salto mortal como un prototipo, e invita a los hombres a salir de sus límites para hacer lo mismo, para arriesgarse a esta aventura infaliblemente mortal. Su fuego debe continuar ardiendo. Algunas veces resulta que un alma salta por los aires como la dinamita, y en una amplia zona las ventanas saltan hechas añicos y las paredes de las casas tiemblan.
¿Qué se hace cuando amenaza un gran fuego? Se le rodea. Se procura limpiar cuanto le rodea, y si es necesario, se acude a la dinamita y se derrumban barrios enteros. Se abre a través del bosque una vereda, o si es un valle el que arde, se abre una amplia zanja. También nosotros tenemos que empeñarnos en poner un dique a este fuego. Se crea en torno a él un espacio sin aire en el que ni el fuego ni el amor pueden respirar. ¡Ahogadlo – aunque suavemente – !
Cogedle la palabra, es lo mejor que podéis hacer: “Mi reino no es de este mundo.” Ahí tenéis la llave. Su Reino no es de este mundo, no es este mundo. ¡Qué grandioso! ¡Qué celestial! Posee un reino superior. ¡Elevadlo, subidlo a ese reino superior! Dejadle con su reino, entonces él tendrá que dejarnos con el nuestro. No tenéis por qué enseñarle la puerta groseramente; hacedlo con nobleza: podéis dejar de venerarle, dejar de cumplimentarle en el mejor y menos sospechoso de los sentidos. No le discutáis nada, más bien concedédselo todo: que procede de arriba y nosotros de abajo, que El es la luz del mundo, y que las tinieblas no han comprendido que El ha venido para volver nuevamente a su Padre. Pues entended: El quisiera la proximidad, quisiera habitar en vosotros y mezclar su respiración con vuestro aliento. Querría estar con vosotros hasta el fin del mundo. El llama a todas las almas, se hace pequeño e insignificante, para poder participar de todos vuestros pequeños negocios y preocupaciones. Se presenta suavemente para no molestar, para no ser conocido, para estar de incógnito, en medio de todo el barullo del mercado anual. Busca confianza, intimidad, mendiga vuestro amor. Aquí se impone mostrarse inflexible. No borrar los límites. El es Dios, pues que siga siéndolo. Que no se rebaje. Es temor de Dios recordarle lo que El se debe a sí mismo. Si de pronto abandona el trasfondo y trata de apoderarse de vuestro corazón es una de sus famosas incursiones, para que éste se abra plenamente, arrojadlo fuera y decidle con humildad: ¡Señor, apártate de mí, que soy un pobre pecador! Una distancia evidente. Y si El os mira dolorosamente y con mudo ademán trata de haceros ver su soledad: permaneced firmes, mostradle vuestra pleitesía y decid: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (el resto lo podéis dejar). O si El os invita a su casa, ¡deteneos, no os precipitéis a lavarle los pies, sin respetar distancias y con familiaridades, ni a darle el beso ni ungir su cabeza con aceite! Si se sienta en el último lugar, decidle: amigo, sube más arriba, y obligadle a sentarse en el primer puesto. Adoradle, como cuando se transfiguró allá arriba en la montaña, edificadle trastiendas para que viva con sus íntimos, tened cuidado que no baje de allí.
Todo esto es más fácil de lo que pensáis. Se trata de un pensamiento expresamente religioso; y ¿qué otra cosa quiere Dios de vosotros sino la religión? El reconocimiento de la “infinita distinción cualitativa” entre Dios y el mundo. Más dialéctica o más liberal – esto se deja a vuestra elección.
En la vida pública esto no es difícil. Se impone en ella mantener vigorosamente la línea de separación que se trazó en otro tiempo. Su Reino no es de este mundo. Por esa razón no ha perdido nada en los asuntos temporales que nos corresponden. Dejadle sus catedrales, y que él nos deje nuestros bancos, nuestros negocios, nuestra política, nuestras escuelas, las obras de nuestra cultura, nuestra patria. Dejadle a él esa zona tan cuidada, el parque nacional de sus iglesias; nos comprometemos a no cortar árboles ni a cazar allí, nuestras calles tienen que disponerse en arco en torno a esta zona protegida, y en ella debe permitírsele el llevar hasta la proximidad de los glaciares a sus pocos animales montañeses y a sus maravillosos enanos. Si alguna vez alguno de nuestros investigadores, un filósofo de la religión, se pierde en su jardín y recoge un par de plantas raras, con las que se encuentra allí a cada paso; si las recoge y las clasifica (de acuerdo con el más reciente estado de la psicología) – se supone que no tomará a mal este arranque de sentimentalismo. ¡Aparte de esto ni una palabra sobre él! En vuestros asuntos políticos del estado cuidad de que, de acuerdo con las leyes inmanentes de la razón y de la humanidad, os adelantéis a practicar la beneficencia y la promoción de la autoconservación. Aun cuando en el terreno de la moral privada la caridad desinteresada goce de cierta justificación, el estado como realidad global y la nación deben ser edificados sobre el sólido fundamento del interés colectivo para que sucumba inmediatamente a una utopía alejada de la realidad. Por consiguiente ni una sola palabra acerca de él en vuestras asambleas, ni una palabra sobre él en vuestros editoriales, ni una sola palabra de él en vuestras conferencias de la paz. El mundo es el mundo. Será aconsejable el reducir a los clérigos al ámbito de la Iglesia, y no concederles el derecho o poder en las cuestiones públicas. Además con esto le hacéis un servicio, pues desde mucho tiempo atrás la política ha corrompido a la Iglesia y ha comprometido su influencia. Será oportuno preocuparse de la precisa separación den las escuelas de las especialidades profanas y de la religión; si la “enseñanza de la religión” es una especialidad marginal cuidadosamente aislada junto a las otras veinte especialidades, entonces el peligro de una invasión no podría ser ya grande. El alumno comprenderá por sí mismo que aquí se trata de una especie de especialidad libre sin importancia práctica, y en todo caso sin influjo en la nota de los exámenes. Con esto tenéis a la juventud de vuestro lado. Por el contrario, en los tiempos de crisis no puede perjudicar orientar la indigencia religiosa creciente – para no dejarla convertirse en una intranquilidad peligrosa – hacia las instituciones sacrales levantadas en las calles más frecuentadas para este fin. En ellas todo el mundo puede recuperar fuerzas nuevamente, casi gratuitamente. Esto pertenece a la higiene de la vida pública y ahorra además la molestia de resolver las turbias aguas del problema religioso. ¡En todas las cosas la solución es inmunidad contra el bacilo religioso! Como vacuna y antídoto: las instituciones eclesiásticas. Entonces tendréis orden.
En la vida cultural hay que llegar a la claridad. Que de lejos pueda reconocerse una librería religiosa en cuanto tal, y en las restantes librerías en las que cualquiera puede entrar sin impedimento téngase cuidado que no circulen abiertamente escritos de esa clase. En el arte hay que cuidarse de que los objetos religiosos puedan caracterizarse como tales, y que de ningún modo una “atmósfera religiosa” confusa rodee una obra de arte profana. Los artistas religiosos harán bien en reunirse en un gremio especial hay que fomentar con todas las fuerzas centros cristianos de formación, con tendencia a representar lo confesional en la cultura pura, por medio de esto se purificará la restante atmósfera. Debe presentarse por ambas parte como un logro importante de la nueva era, como la salvación decisiva, la separación de la filosofía y la teología, la separación de los órdenes naturales y la fe cristiana, la separación del mundo del pecados y el ámbito de la redención, la separación de humanidad y cruz. Hay que prohibir como peligrosas para el estado las sociedades que oficialmente desprecian estas leyes de salubridad pública. Por el contrario, hay que fomentar aquellas asociaciones que consideran el cristianismo como demasiado sagrado para la calle, demasiado puro para este mundo, y apuntan a esos salones consagrados que como piadosas reliquias de la Edad Media, bajo la protección de la patria, adornan la imagen de las calles de nuestras ciudades. (¡Fomentad el turismo!).
Pero todo esto no basta. Parece que todavía le queda el reino interior de las almas. Expulsado de la vida pública puede desarrollar su poder de seducción en la esfera privada de las conciencias. ¡Redoblad vuestra vigilancia! Aquí hay que advertir a cada uno personalmente. Puede imponerse como única forma que resulta simple: ateos a la praxis de la aplastante mayoría de los cristianos; ellos han escogido claramente y de manera instintiva lo recto. Han hallado el dorado equilibrio entre las inmediatas exigencias de la vida y aquella imposición totalitaria. En vuestra vida cotidiana erigid en cualquier parte, en una esquina apacible, una capilla. Poned en ella un altar, y en primer término un reclinatorio. Allí queda reservado; allí, prescindiendo de la importante visita de la misa del domingo, podéis visitarle un par de momentos durante el día. “Mis cinco minutos diarios”. Para vosotros la saludable gimnasia matinal del alma, para él una señal de que no le habéis olvidado, de que contáis con él. Le podéis pedir que bendiga los negocios de vuestro día. Con esto se ha tendido cierto punto. Con esto podéis obtener lo que se llama “buena opinión” de vosotros, gracias a la cual le prometéis realizar la labor diaria “para su gloria”. Y entonces fuera, y no olvidéis cerrar con llave el santuario y tener cuidado. En serio: mirad que no tenga intervención alguna en vuestros asuntos privados. No dejéis que nadie os intranquilice tratando de demostrar con citas bíblicas y escritos piadosos que debéis orar en todo tiempo y que tenéis que mantener constantemente trato con él. No, esto estorbaría vuestro trabajo, que sin duda alguna, es voluntad de Dios y de la naturaleza. Decidle que le estáis agradecidos de todo corazón si mientras tanto se ocupa de vuestra redención, os perdona vuestros pecados, os comunica las gracias necesarias, y que será un placer para vosotros el recibir como conclusión el resultado de sus esfuerzos. Hasta ese momento hay todavía tiempo, y vosotros no le podéis servir de ayuda.
Pero con esto todavía no se ha conseguido todo. La separación de oración y la vida diaria es sólo el principio. Queda el tiempo de oración, en el que te enfrentas a él cara a cara. El tiempo del examen de conciencia, voluntario o involuntario. El tiempo en el que su inescrutable mirada se encuentra nuevamente contigo y en el que el fuego domesticado podría arder una vez más. El tiempo en el que un temor íntimo por ti mismo, un íntimo anhelo de pureza e integridad te sacude y las lágrimas no están lejos. Momentos peligrosos. El tiempo en que el amor atrae. Manténte fuerte. No seas una mujer. Dite siempre a ti mismo que sobre sentimientos débiles no se edifica nada duradero. Estas gracias de blandura no están de acuerdo con tu carácter. ¿Y no has experimentado siempre que estos sentimientos se mueven sin dejar huella como nubes errantes y que tras ellas las cosas quedan exactamente como antes? No fundamentes tu religión en cosas tan poco claras y tan difusas. Quizá en él existe este aspecto sentimental, pero para ti basta que esté representado en forma de una estampa que llevarás en tu libro de oraciones. Y si aún así no pierdes de vista su mirada, entonces reza durante tanto tiempo que llegues a ya no verla. Esto se puede hacer. Alejar a Dios con la razón. Rezar con tanto fervor, que uno queda absorbido por las propias palabras y ya no queda tiempo ni posibilidad para oír la voz de Dios. Así se logra alejar con la oración al Dios que está cerca de nosotros y convertirlo en un Dios lejano. Tú le abrumas con tus ruegos, hasta que él enmudece con los suyos. Usa de él miles de veces, entonces él no podrá presentarte demandas. Gracias al cumplimiento de tus deberes religiosos, o lo que sería más noble todavía, gracias a los voluntarios ejercicios de piedad, te has ahorrado el tener que escuchar su pesada voz. Créeme, este método es con mucho el mejor, y si le eres fiel, a la larga o en breve tiempo llegarás a sustituir con tu propia religión la suya. Entonces tendrás definitivo reposo. Sólo que todo sucede en nombre de la piedad y del cristianismo. Es esencial que frente a él estés cubierto. Dile que él es Dios, que él lo sabe todo. Entonces no necesitas hacer nada juntamente con él. O dile que en definitiva tú no eres más que un hombre, esto le impresionará y le moverá a compasión. O dile que tienes una confianza ilimitada en su gracia y que con riesgo de tu salvación aceptarías que todo saliera bien. Esto le impresionará en su amor propio de redentor y le desarmará. Muéstrale una piedad ingenua, infantil, firme y de una sola pieza, y, abre en dirección a él unos ojos inocentes, angelicales (“la mirada pura de la criatura”) y no se atreverá a introducirte en sus trastornadores misterios. Que su Reino no sea de tu mundo. Déjale su obscuridad, tu luz no necesita comprenderla.
Pero todavía queda la misma Iglesia. Su lugar de refugio. La Iglesia, y las iglesias. Aquí se ha concentrado él, aquí ha concentrado el poder de su gracia. Aquí hay que darle un golpe decisivo. Entonces ya no quedará nada de él, entonces habrá perdido el suelo que le quedaba bajo sus pies, entonces ya de verdad que su Reino no estará entre nosotros. Pero confiad, también esta batalla está ya casi ganada. Todo se mueve con el propósito de aislarlo en la Iglesia. Pues también aquí, y aquí sobre todo, querría él tratar humanamente con los hombres. Aquí, en este terreno, ha inventado la maravilla de su Eucaristía: él está en ti y tú estás en él. Una fiesta de bodas entre tú y él, fiesta que no tiene fin, matrimonio que comparado con la unión del hombre y la mujer, la supera hasta tal punto que esta unión no es más que un breve y pobre remedo. Con este ropaje de pan y vino quiere vivir corporalmente presente entre nosotros, para participar de las alegrías y de los sufrimientos de nosotros. Pero ¡recordadle la distancia del respeto! El sentido simbólico de la Eucaristía. ¡Enseñadle a pensar más escatológicamente! Finalmente nosotros estamos en el tiempo, él en la eternidad. Y con esto entenderá lo que queréis decirle, ¡arrojadle fuera juntamente con su sagrario! ¡Queremos pensar de él de una manera más espiritual y elevada! Que su presencia sea espiritual, que sea espiritual su Reino. Y ese cortejo humano, demasiado humano de estatuas, confesionarios, reclinatorios, viacrucis, pinturas e incensarios: ¡fuera este escándalo de proximidad! ¡Una atmósfera clara entre tú y Dios! ¡Fuera este medium confuso, esta meditación medio humana, medio divina, esta media luz de los sentidos! ¿No resucitó y no está sentado a la diestra del Padre? ¿Y no va a venir suficientemente pronto para juzgar a los vivos y a los muertos? Vamos a ser sobrios, y cuando vayamos a la comunión, no olvidemos el sombrero de copa junto con el devocionario.
También puedes ocultarlo tras las imágenes, tras la Iconostasis. Allá atrás, invisibles al pueblo profano, los popes realizan su ministerio y sólo desde lejos se oye cómo resuenan los cantos y campanillas. El misterio es tres veces santo, una imagen y representación del culto divino celestial, y todo contacto inmediato con él sería una profanación. Al pueblo le bastan los santos en las paredes de la iglesia, que se muestran grandes inimitables, en actitudes hieráticas, levantando sus serias manos reservadas. Podéis dirigir vuestras oraciones a ellos, podéis suplicar su mediación. La elevada luz del Tabor, en la que se asienta el trono del Señor, podría ofuscaros. Muy pocos llegan a la dignidad de aproximarse a él en éxtasis y eso después de haberse purificado durante largos decenios en el Athos. En verdad vale la pena entusiasmarse de la belleza de los iconos, pues con el mundo espiritual que ella nos revela, nos ha liberado de la importunidad de su amor.
Y tú, católico, le has llamado prisionero del sagrario. Ahí le retienes tú en garantía, en el obscuro y dorado cofre. La llave de ese cofre está en alguno de los cajones de la sacristía. Ahora él se encuentra ahí, y tiene que contentarse si durante el día vienen un par de viejos y rezan un rosario ante él. “¿Tienes tú idea del abandono y de la soledad?” Los hombres que están fuera se apresuran tras sus ligeros negocios, con carteras bajo el brazo y cartapacios y cestos de compra pasan frente a la Iglesia, que como una pared muerta irrumpe el colorido de los escaparates. Ninguno de ellos piensa en él. Pues ahora nadie le necesita. Las máquinas de escribir tabletean, las chimeneas humean, los alumnos resuelven sus problemas, la mujer de casa tiene una gran colada: todo esto sigue su curso, un engranaje sin fricciones, en el que él nada ha perdido, en el que para nada se le tiene en cuenta. En alguna parte, durante una misa tardía suena la campanilla de la consagración – ¿para quién? -. Entonces el sacristán arregla las cosas, cubre el altar y un silencio de muerte reina en torno al que se tiene por muerto.
El sagrario tiene su ventaja. Se sabe dónde tiene su morada. Y en consecuencia se sabe asimismo dónde se encuentra. (Uno se defiende más fácilmente con la presencia general de Dios). Silenciosamente en su rincón sigue tejiendo la obra de la redención. Y una vez al año, o incluso doce veces se le da el gusto, se le deja que realice en uno la obra de su amor. Se “practica” (¡Un aplauso para el que inventó esta palabra!). o más bien se le deja que él practique con nosotros.
Con frecuencia ha intentado escapar de su prisión. Una vez dio a conocer que quería una fiesta en honor a la Eucaristía. Así lo sacamos y lo llevamos, una vez al año, por las calles y los campos. Los espectadores se detienen confusos y se quitan silenciosamente sus sombreros. Otra vez dejó ver su corazón, rodeado de espinas, cargado de la cruz, y una gran llama que ya no podía retener que asciende saliendo del corazón. Otra fiesta más. Se le consagran las casas, en todas partes luce en los cuadros al óleo llenos de colorido. Todo esto influye peyorativamente en el buen gusto. No se expresa en voz alta, pero al menos las personas cultas están de acuerdo en que la cosa tiene una notable aceptación por parte de las personas chabacanas. Sería mucho mejor que se dejara todo esto en la obscuridad, por lo menso de ese modo, aun cuando se regalara esta cuestión al olvido, no sería objeto de profanación. Apenas le da la luz, se cubre de una capa de dulce insipidez. Unos rizos artificiales caen sobre sus hombros, y el doloroso espectáculo le causa repugnancia al creyente.
No, es mejor que en el futuro se renuncie a tales salidas. Que se contente con su suerte de redentor. Nos sentimos felices de que haya escogido esta vocación. Sólo que se cuide de construir su taller fuera de las puertas de nuestra ciudad. Se encuentra en las esquinas de las calles y ofrece su corazón. Pues está escrito por la Sabiduría que salió a la plaza y que se ofreció como gran banquete a los invitados, pero en vano. Todos tienen prisa y pasan de largo. Nadie lo necesita. Ha sacado mal las cuentas. Si se toma en serio, el hombre, que no puede ensalzar bastante claramente su necesidad de amor, rechaza rotundamente el ofrecimiento del amor. El se entrega a sus brazos. Una voz interior le advierte: no te des a él. El peligro es demasiado grande. Dile que lo sientes. Tú has comprado una granja, has alquilado para hoy una yunta de bueyes, has tomado mujer, que te basta provisionalmente. De veras que los sientes. Los pájaros tienen sus nidos y los zorros sus madrigueras, pero el Hijo del hombre – y precisamente esto es lo que sientes de veras – no tiene nada, ni un amigo ni un corazón humano donde apoyar su divina cabeza.
                                                                                                Hans Urs Von Balthasar

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VII. SE HAI DEL FUOCO IN CASA,
custodiscilo bene dentro un focolare incombustibile e tienilo coperto, perché se ne sprizza anche solo una scintilla e tu non l'avverti, diventerai preda delle fiamme insieme con la casa. Se hai il Signore del mondo in te, nel tuo cuore incombustibile, cingilo bene con siepe, stai attento a come tratti con lui, perché egli non incominci a pretendere, e tu non sai più dove ti spinge. Tieni ben ferme in mano le redini.
Non lasciare il timone. Dio è pericoloso. Dio è un fuoco divorante. Dio ha su di te le sue intenzioni. Lasciati mettere in guardia da lui: «Chi mette mano all'aratro e si volge indietro non è degno di me. Chi non mi ama più del padre e della madre, degli amici e della patria, anzi più di se stesso, non è degno di me».
Fai attenzione, egli si nasconde, comincia con un piccolo amore, con una piccola fiamma e, prima che tu te ne renda conto, ti tiene già tutto e sei prigioniero. Se ti lasci prendere, allora sei perduto, perché non ci sono limiti verso l'alto. Egli è Dio, è abituato all'infinito. Ti risucchia in alto come un ciclone, ti vortica su e giù come una tromba d'acqua. Pensaci bene: l'uomo è fatto secondo misura e limite, e solo nella finitezza egli trova pace e felicità; ma questo qui non conosce misura. È un seduttore dei cuori.
Lo vedi là dove si erge, sopra gli scalini del tempio, frammezzo la folla ribollente? Come adesso allarga le braccia e alza questa voce che già basta da sola a strappare un cuore d'uomo dai fondamenti: «Chi ha sete venga a me e chi crede in me beva da me! Perché la Scrittura dice: fiumi d'acqua viva escono da lui». Proteggiti da questa bevanda. Perché egli ha pur detto a quella donna: «Chiunque beve acqua terrena avrà ancora sete. Ma chi beve dell' acqua che io gli darò non avrà più sete in eterno». Difenditi; perché sta anche scritto: «Chi beve della sapienza avrà di nuovo sete ma finalmente vera sete». Ho paura che costui farà per la prima volta esperienza di che cosa significa sete, e quanto più insaziabilmente comincerà a bere, tanto più intollerabilmente aumenterà il suo dolore. Afferrato dalla legge dell'illimitato finirà in vertigine. Attento, egli ti invita a perdere la tua anima per guadagnarla. Intende l'amore. Suggerisce all'uomo l'impossibile. Non vede che essi son fatti per una felicità entro limiti: un po' d'anni di compagnia con una persona amata, una passeggiata in campagna, o anche solo una coppa di fragole. Un quadro, un libro, una panca ombrosa. Una buona stufa. Una camminata impegnativa di notte. li fragore di una battaglia. La maestà di una morte. Sempre un senso eterno vincolato alla forma esatta di un momento. Questo basta ed è indicibile *. Qui il mondo matura e si arrotonda come un frutto in se stesso e cade davanti ai piedi dell'eterno con il suo significato divino. Interroga i poeti.
Egli è tuttavia per tutto ciò che è nostro un pericolo. Non è stato prudente da parte sua esibirsi così a nudo, perché le sue parole suonano come aperto incitamento alla ribellione: «Fuoco io sono venuto a gettare sulla terra e che altro voglio se non che divampi?». Se egli tenesse per sé l'eccesso della sua anima, oppure se facesse fiammeggiare per me il fuoco d'artificio dell' amore per la salvezza come uno spettacolo una volta tanto davanti agli occhi rapiti degli spettatori, niente da obiettare. Potremmo battere con gratitudine le mani, un «applauso prolungato e fragoroso» per questo inaspettato gratuito arricchimento della creazione. Una buona ragione per far festa. Potremmo esserne orgogliosi: orgogliosi del fatto che la passerella del cuore umano, già così ricca di acrobati straordinari, trova la sua conclusione culminante con il salto-mortale di Dio. Ma lui non lascia che le cose vadano così. Egli presenta il suo salto mortale come un modello, adesca gli uomini fuori dai loro limiti alla stessa avventura infallibilmente mortale. Il suo fuoco deve ardere ancora, diffondersi. Qui o là gli riesce di far saltare in aria un' anima come dinamite e di far vibrare le finestre in un vasto raggio e di far tremare le mura angolari.
Che cosa si fa quando minaccia di scoppiare un incendio? Si fa tutt'attorno una cintura di protezione. Si cerca di sottrargli l'esca che l'alimenta, e quando proprio è necessario si ricorre alle mine, si fa saltare tutto un quartiere. Si traccia una strada divisoria attraverso il bosco, oppure quando brucia la steppa si scava una larga fossa. Così dobbiamo tentare anche noi di reprimere l'incendio. Si crea intorno ad esso uno spazio d'aria vuoto, dove non possa respirare né fuoco né amore! Lo si soffoca insomma, anche se con mezzi soffici.
Se lo si prende in parola, il meglio che ci si sente dire è: «li mio regno non è di questo mondo». Qui avete la chiave; il suo regno non è di questo mondo, non è questo mondo. Elevato! Celeste! Egli possiede un regno superiore! Lasciategli il suo regno, allora dovrà anche lasciarci il nostro. Alzatelo, sospingetelo su nel suo regno superiore! Non c'è bisogno che gli indichiate la porta, da villani che non conoscono le buone maniere; fatelo in bella forma: lo potete venerare, nel senso migliore e più insospettabile, complimentare accomiatandolo. Non contrastarlo, ma cedergli, ammettere che lui viene dall'alto e noi dal basso, che lui è la luce del mondo, e che le tenebre non l'hanno compreso, e che egli è venuto per poi ritornare al Padre. Perché dovete comprendere: lui vorrebbe vicinanza, vorrebbe abitare in voi e mischiare il suo respiro col vostro. Vorrebbe essere con voi fino alla fine del mondo. Batte alla porta di tutte le anime, si fa piccolo e inapparente per poter aver parte a tutti i vostri piccoli affari e grattacapi. Si presenta piano e leggero per non disturbare, per non essere riconosciuto, per starci vicino in incognito in tutto il frastuono dell' annuale mercato terreno. Cerca confidenza, fiducia, mendica il vostro amore. Qui è il momento di rimanere duri. Di non confondere i confini. Egli è Dio, lo deve rimanere. Non declassare la sua dignità. È da timorati di Dio ricordargli che cosa deve a se stesso. Quando esce a un tratto dal suo ripostiglio e allunga la mano sul vostro cuore con uno dei suoi famosi colpi e si alza davanti a voi, voi gettatevi subito a terra e dite umilmente: «Signore via da me, sono un uomo peccatore!». La distanza è ovvia. E se egli vi guarda dolorosamente e tenta silenziosamente di rendervi visibile la sua solitudine, state forti, mostrategli tutto il vostro rispetto e dite: «Non sono degno che tu entri sotto il mio tetto» (lasciate di dire il resto). Oppure se voi stessi lo invitate a casa vostra, siate contegnosi, non abbassatevi fino a lavargli con intimità e servilismo i piedi, guardatevi dal dargli un bacio, dall'ungergli il capo con olio! Se lui si mette all'ultimo posto, ditegli: Amico, passa più avanti e costringetelo a mettersi al primo. Adoratelo, così come si è trasfigurato sul monte, costruitegli, a lui e ai suoi celesti compagni, tre capanne, e state attenti che non ridiscenda.
Tutto questo è molto più facile di quanto pensiate. È un'idea espressamente religiosa, e che cosa vuole Dio da voi se non religione?
Il riconoscimento dell'«infinita differenza qualitativa» tra Dio e il mondo. Farlo in modo più dialettico o più liberale, ciò sta nel vostro arbitrio.
Nella vita pubblica non è difficile. Ciò che là conta è mantenere giusta e verticale la linea divisoria una volta che è stata tirata. Il suo regno non è di questo mondo. Perciò egli non ha perduto niente a causa dei nostri affari mondani. Lasciategli le sue cattedrali, e lui lasci a noi i nostri banchi, i nostri affari, la nostra politica, le nostre scuole, le opere della nostra cultura, la nostra grande o piccola patria. Lasciategli il suo territorio di riserva, il parco nazionale delle sue chiese; noi ci obblighiamo a non tagliare legna e a non cacciare colà, le nostre strade devono venir distese come ad arco intorno a tale riserva di Dio, e in essa si deve consentire a Lui di portarsi in giro le sue bestie da montagna e di coltivarsi i suoi pini cembri mirabilmente intagliati in prossimità dei ghiacciai. Se una qualche volta un nostro ricercatore, un filosofo della religione si perde entro i suoi giardini e raccoglie qualcuna delle loro pianticelle che là s'incontrano ad ogni pié sospinto, se lui le raccoglie e le classifica (secondo l'ultimo stadio della psicologia), noi non ne avremo a male di queste sue predilezioni sentimentali. Ma per il resto non una parola su di lui! Nelle vostre costituzioni fate in modo di procedere secondo le leggi immanenti della ragione e dell'umanità, del benessere e della sana capacità di conservazione. L'amore disinteressato del prossimo può trovare una certa giustificazione entro l'ambito della morale privata, ma lo stato come insieme e la nazione devono, per non crollare immediatamente come utopia alienata dal mondo, devono poggiare sul solido fondamento dell'interesse collettivo. Nessuna parola dunque su di lui nei vostri consigli, nessuna nei vostri articoli di fondo, nessuna nei vostri congressi per la pace. Il mondo al mondo. Sarà prudente circoscrivere gli ecclesiastici nell' ambito della chiesa e non consentire loro nessun diritto o potere d'ordine pubblico. Voi prestate loro in tal modo un servizio, giacché da sempre la politica ha guastato la chiesa e compromesso la sua influenza. Sarà prudente provvedere nella scuola perché ci sia una netta separazione tra le discipline secolari e la religione; quando la religione è diventata una disciplina marginale accuratamente isolata accanto a venti altre, non ci potrà più essere un grande pericolo di una sua prevalenza. L'alunno comprenderà da sé che qui si tratta di una specie di libera materia senza importanza pratica, e in ogni caso senza influsso sui voti d'esame. In tal modo avete la gioventù dalla vostra parte. In tempi critici per contro non sarà di nocumento indirizzare il bisogno religioso accresciuto - purché non arrivi a forme d'inquietudine pericolose - verso le istituzioni sacrali erette a questo scopo, dove ognuno può darsi una rinfrescata quasi senza spesa. Ciò appartiene all'igiene pubblica, e vi risparmia la fatica di frugare nelle acque torbide del problema religioso.
In ogni caso la soluzione recita: immunità contro il bacillo religioso! Come vaccinazione e controveleno: le istituzioni ecclesiastiche. Allora avrete ordine.
Nella vita della cultura bisogna puntare alla chiarezza. Lasciamo pure che ci sia, ben visibile da lontano, una qualche libreria religiosa, ma si curi che nelle altre, accessibili a tutti senza inibizioni psicologiche, le pubblicazioni religiose non siano apertamente esposte. Quanto all' arte si avverta che oggetti religiosi siano al più possibile caratterizzati come tali e che non ci siano delle confuse «atmosfere religiose» ad avvolgere opere d'arte laica. Gli artisti religiosi faranno bene a raggrupparsi in corporazioni particolari. Bisogna quanto più possibile promuovere centri di formazione cristiana, con la tendenza a rappresentare l'elemento confessionale entro il giro di una semplice «cultura»: in tal modo 1'atmosfera restante viene purificata. La separazione tra filosofia e teologia, tra ordine naturale e fede cristiana, tra mondo del peccato e piano della salvezza, tra umanità e croce deve venire presentata come un importante traguardo di arrivo della modernità anzi come la salvezze decisiva per entrambe le parti.
Società o movimenti che snobbano intenzionalmente queste leggi di sanità pubblica devono venir vietati come pericolosi per lo stato. Sono invece da promuovere quelle associazioni che relegano il cristianesimo, in quanto troppo sacro per la strada, troppo puro per il mondo, in quelle sale sacre le quali adornano l'immagine esterna delle nostre città come pie reliquie del Medioevo, a protezione della patria. (Facilitate il flusso degli stranieri!).
Ma tutto questo non basta. Ancora sembra che Gli appartenga, che resti a sua disposizione la realtà interiore delle anime.
Estradato dalla vita pubblica e sociale Egli può ancora sviluppare il suo potere di seduzione nella sfera privata delle coscienze. Raddoppiate la vostra vigilanza! Qui l'avviso deve pervenire ad ogni singolo personalmente. Come linea direttiva può valere la seguente: attenetevi alla pratica della maggioranza schiacciante dei cristiani; essi hanno scelto d'istinto la cosa giusta. Hanno trovato l'equilibrio aureo tra le esigenze immediate della vita e quella loro pretesa totalitaria. Nella vostra vita quotidiana erigete pure in qualche angolo romantico una cappella. Metteteci un altare e davanti un inginocchiatoio. Là Lui rimane come consegnato; là voi, a prescindere dalla grande ressa alla messa domenicale, lo potete visitare ogni giorno per alcuni minuti. «I miei cinque minuti quotidiani»: per voi la salutare ginnastica mattutina dell'anima, per Lui un segno che non avete dimenticato di contare su di Lui. Lo potete pregare di benedire gli affari della vostra giornata. Così un certo ponte viene gettato. Voi potete inoltre costruire una cosiddetta «buona opinione», mediante cui promettete di compiere la vostra opera quotidiana «in Suo onore». Ma subito dopo via di lì, e non dimenticate di portar via la chiave del santuario e di prendere i dovuti provvedimenti! Seriamente fate in modo che Egli non si riservi poi qualche intervento nei vostri affari privati. Non lasciatevi inquietare da nessuno che volesse dimostrarvi con parole della Scrittura o altri scritti devoti che voi dovete pregare in ogni tempo, avere in ogni tempo rapporto con Lui. No, ciò disturberebbe solo il vostro lavoro, che pure è voluto indubbiamente da Dio e dalla natura. DiteGli che Gli siete cordialmente riconoscenti se nel frattempo occupandosi della vostra salvezza vi perdona i peccati, vi procura le grazie di cui avete bisogno, e che sarà un piacere ricevere alla fine il risultato dei suoi sforzi. Fino ad allora c'è sempre tempo, e non Gli potete essere di utilità.
Ma non si è ancora conseguito lo scopo. La separazione tra preghiera e vita quotidiana è solo un inizio. Rimane il tempo della preghiera, quando ti trovi davanti a Lui occhi negli occhi. Il tempo dell'esame di coscienza, volontario o meno. li tempo in cui il suo occhio imperscrutabile ti coglie un' altra volta, e il fuoco represso potrebbe ancora divampare. Il tempo in cui un' angoscia interiore a tuo riguardo, un interiore desiderio di purezza e di totalità ti agita e le lacrime non sono lontane. Momenti pericolosi. Il tempo dell'attrazione dell'amore. Rimani duro. Non fare la femminuccia. Procura di dirti sempre che su teneri sentimenti non si costruisce nulla di durevole. Questi stati d'animo dissolventi non si adattano al tuo carattere. E non hai forse sempre fatto l'esperienza che stati simili passano senza tracce come nuvole transeunti, e che, dopo, tutto è ritornato come prima? Fonda la tua religione non su cose così incerte e confuse. Forse esistono realmente in Lui questi lati sentimentali, ma per te è sufficiente rappresentarli nella forma di un'immaginetta devota nel tuo libro di preghiera. E se tu non riesci a liberarti dal suo sguardo, prega allora fino a quando non lo vedi più. La cosa è possibile. Pregare fino a sbarazzarsi di Lui. Pregare il Dio vicino fino a farne un Dio lontano. Pregare con tale ardore fino a risolversi e dissolversi nelle proprie parole, e non si ha più tempo né possibilità di udire la voce di Dio. Lo seppellisci di preghiere, finché Lui con la voce sua ammutolisce. Hai bisogno appunto di mille cose da parte sua, così Lui non ce la farà mai a soddisfare le tue esigenze. Con l'adempimento dei tuoi doveri religiosi oppure, che sarebbe ancora più nobile, con volontari esercizi devoti, ti sei risparmiato di dover ascoltare la fastidiosa voce. Credimi, questo metodo è di gran lunga il migliore, e se tu gli sei fedele, ti riuscirà prima o poi di porre la tua religione al posto della sua. Allora avrai pace per sempre. Purché tutto avvenga in nome della devozione e del cristianesimo. Essenziale è coprirsi davanti a Lui. DiGli che è Dio e ,che sa già ogni cosa. Allora non hai più bisogno di dirgli singola cosa. Oppure diGli che tu sei tutto sommato soltanto un uomo, questo lo commuoverà fino alla compassione. Oppure diGli che hai un desiderio illimitato della sua grazia e che calcoli con certezza salvifica che tutto finirà bene. Ciò lo prenderà al senso del suo onore di salvatore e lo disarmerà. MostraGli una devozione ingenua, infantile, con fermezza e di colpo punta su di lui il tuo occhio innocente e sperduto (il «puro sguardo della creatura»), e Lui non oserà iniziarti nei suoi misteri sconvolgenti. li suo regno non è del tuo mondo. Lasciamo a Lui la sua oscurità, Lui non ha bisogno di comprendere la tua luce.
Rimane ancora la Chiesa. Il suo luogo di rifugio. La Chiesa e le chiese. Qui Egli si è raccolto, vi ha ridotto la potenza degli eserciti della sua grazia. Qui Egli deve venir colpito in modo decisivo. Allora non ci sarà più spazio per lui, perché ha perduto l'ultimo resto di terreno sotto i piedi, allora il suo regno non è più veramente in mezzo a noi. Ma consoliamoci, anche questa battaglia è già quasi vinta. Tutto si gira e agita per isolarlo anche dentro la chiesa. Giacché anche qui, e qui soprattutto, Egli potrebbe avere rapporti umani con gli umani. Qui ha inventato il miracolo della sua eucaristia: Lui è in te e tu sei in Lui. Una festa di nozze tra Lui e te senza fine, confrontata con essa anche l'unità tra uomo e donna è solo un breve povero saggio. In questa veste di pane e vino Egli vuole abitare corporalmente in mezzo a noi, e partecipare alle gioie e ai dolori degli uomini. Ma ricordateGli la distanza del rispetto! Il significato simbolico dell' eucaristia. InsegnateGli un po' a pensare escatologicamente! Alla fin fine noi siamo nel tempo, Lui nell'eternità. Così Egli capisce quello che intendete, buttatelo fuori insieme col suo tabernacolo! Noi vogliamo pensare in modo più spirituale e più elevato di Lui! Sia spirituale la sua presenza, spirituale il suo regno. E questo strascico umano, troppo umano, queste statue, confessionali, inginocchiatoi, stazioni della Via Crucis, quadri e turiboli e incensi: via, fuori con questo scandalo della vicinanza! Atmosfera chiara tra Dio e te! Via con questi mezzi ambigui, con questo rapporto medianico mezzo umano e mezzo divino, con questo crepuscolo dei sensi! Non è risorto e non siede alla destra del Padre? E non verrà presto a giudicare i vivi e i morti? Lasciateci praticare la sobrietà, e quando andiamo alla cena, non dimentichiamo il libro dei canti e il cappello a cilindro.
Lo puoi nascondere anche dietro l'iconostasi. Là dietro, invisibile al popolo profano, ondeggiano i popi e si sente solo un poco il cantare e lo scampanellare venir da lontano. Il mistero è tre volte santo, un riflesso e rappresentazione della liturgia celeste, e ogni immediato contatto con esso sarebbe profanazione. Al popolo bastano i santi appesi alla parete, che vi pendono grandi, immateriali, inimitabili, con volute ieratiche, ed alzano mani serie che tengono lontani. Questi voi potete pregare, invocare la loro mediazione. L'alta luce del Tabor, dall'alto della quale troneggia il Signore, vi abbaglierebbe. Solo alcuni pochi, dopo che per anni e decenni si sono purificati sul Monte Athos, vengono reputati degni di accostarsi a Lui nell'estasi. È vero, vale la pena andare in sollucchero per la bellezza delle icone, perché con il mondo spirituale che manifestano ci hanno liberati dalla impellenza del suo amore!
E tu, cattolico, lo hai chiamato il prigioniero del tabernacolo. Là tu lo tieni fermo sotto custodia, nel ripostiglio oscuro e dorato. La chiave per aprirlo è da qualche parte nell' armadio della sacrestia. Là Egli sta ora, e dev'essere contento se durante il giorno qualche vecchia viene e dice il rosario davanti a lui. «Ce l'hai il concetto di che significa deserto e solitudine?» La gente fuori corre dietro agli affari, con mappe sotto il braccio e cartelle di libri, striscia frettolosa davanti alla chiesa, che come un muro morto interrompe la fila delle vetrine variopinte. A Lui non pensa nessuno. Perché adesso nessuno ne ha bisogno. Le macchine da scrivere frusciano, i camini fumano, gli scolari risolvono i compiti di matematica, la massaia fa il bucato: tutto questo va per la sua strada, un circolo chiuso e senza intoppi, dove Lui non perde nulla, dato che non è previsto che ci sia. Da qualche parte per qualche messa tarda tintinna un campanello per la consacrazione: per chi? Poi il sacrestano porta via, copre l'altare e un silenzio mortale regna intorno al morto.
Il tabernacolo ha dei vantaggi. Si sa dove si trova. E di conseguenza si sa anche dove non si trova. (Ci si libera così presto dell'onniveggente occhio di Dio). Silenzioso nel suo angolino Lui tesse l'opera della redenzione. E una volta all' anno, o anche dodici volte, Gli si fa il piacere di lascarGli compiere l'opera del suo amore. Qualcuno «pratica». (Un premio per l'inventore di questo vocabolo!) O meglio Gli si lascia che Egli pratichi qualcosa a noi.
Più volte si è tentato di toglierlo dalla sua custodia. Una volta Egli fece sapere che Gli sarebbe piaciuta una festa in onore dell'eucaristia. Così l'abbiamo estratto e condotto, una volta ogni anno, per le strade e per i campi. Gli spettatori stavano alle due parti facendo ressa e levavano in silenzio il cappello. Un' altra volta Egli fece vedere il suo Cuore, cinto di spine, e una fiammata, che non poteva più trattenere, esce alta di lì. Un' altra festa. Gli si consacrano le case, ogni tanto splende su qualche colorita oleografia. Tutto ciò risulta offensivo per il buon gusto. Non lo si dice, ma quantomeno le persone colte sono al riguardo d'accordo: la cosa ha una notevole dose di kitsch. Sarebbe molto meglio se si lasciasse tutto ciò nell'ombra, là almeno non verrebbe profanato, anche se magari dimenticato. Non appena esce fuori alla ribalta, vi si depone come una farina, un velo di semplicità dolciastra. Ricci impomatati ondeggiano scendendo sulle spalle e fa male solo a guardare.
No, molto meglio se Lui rinuncia in avvenire a simili tentativi di esibizione. Si accontenti del suo destino di Salvatore. Siamo ovviamente lieti per questa professione che ha scelto. Abbia solo riguardo di mettere la sua officina fuori delle porte della città.
Egli sta agli angoli delle strade ed offre il suo cuore. Giacché sta scritto a riguardo della Sapienza che è uscita nelle piazze e ha offerto se stessa come un grande convito, ma invano. Tutti si defilano. Non se ne ha bisogno. Ha sbagliato a fare i conti.
Quando le cose diventano serie, l'uomo, che non riesce a trovare parole abbastanza solenni per il proprio bisogno di amore, declina elegantemente l'offerta dell' amore. Si svincola dalle sue braccia. Una voce intima lo ammonisce: non concederti. Il pericolo è troppo grande. DiGli che ti fa male. Che hai comperato un campo, che hai affittato un paio di buoi, che hai preso moglie; il che per ora ti basta. Ti dispiace proprio. Gli uccelli hanno i loro nidi e le volpi la loro tana, ma il Figlio dell'uomo - ed è proprio questo sinceramente che ti dispiace - non ha niente, non un amico o un cuore umano, dove posare il capo.
* Richiamo, notissimo ai tedeschi, alla IX «Elegia di Duino» di R.M. Rilke. (ndt)

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